Hope Manuela Hartley es una sobreviviente de un campo de concentración japonés,
hija de holandeses, nacida en la Isla de Java, Indonesia, el 6 de diciembre de 1937.
Su padre fue un químico apasionado por la industria azucarera quien dedicó su vida
a ello, incluso cuando la amenaza de la Segunda Guerra Mundial avanzaba sobre
su país.
En 1940, las tropas japonesas invaden la isla y se presentan ante la puerta del Sr.
Hartley y su familia, anunciándose con una sola frase: “Señor, prepare una valija
que usted va preso, no se sabe por cuántos años… y va solo”, le otorgaron solo 5
minutos para despedirse de su esposa e hijos y fue trasladado en camión hasta un
campo de trabajos forzados en las afueras de Japón. Dos meses después volvieron
los soldados, esta vez para llevarse a Hope, de 3 años, a su hermana Gillian, de 1 y
a su hermanito Joan, de apenas 6 meses junto con su madre a uno de los múltiples
campos de concentración para mujeres y niños menores de 12 años.
Hope recuerda la vida en el campo como una especie de sueño. Fueron 4 años de
una realidad paralela, pero no muy distinta a la de millones de europeos de la
época.

Una sirena sonaba todas las mañanas y los prisioneros debían salir de las casas
que compartían con otros para formarse en fila y hacer una reverencia al
comandante en jefe, que castigaba severamente a quienes deshonraren alguna de
sus tradiciones.
Los soldados rasos, a diferencia del comandante, mostraban gestos de humanidad,
o por lo menos de misericordia ante los niños, que terminaban por desarrollar afecto
debido a que cuando tenían la oportunidad les alcanzaban comida o jugaban con
ellos.
Los recuerdos del hambre sufrido y del desgaste físico quedaron grabados a fuego
en la memoria de Hope, mientras describe la cocina central, recuerda la fila eterna
de mujeres intentando conseguir su escasa ración diaria, en la cual no había comida
para bebé, por lo que su madre debía conformar a su hermanito Joan con un poco
de sopa.

La madre de Hope entró con solo 29 años al campo, y salió a los 33 con el pelo
blanco. Hope ya había cumplido los 7 años cuando las tropas norteamericanas
ingresaron a Japón y liberaron los campos. No sabía leer, escribir, ni tampoco para
que funcionaban los cubiertos de mesa. Se reencontró con su padre antes de ser
enviados a Australia, de donde luego fueron trasladados a Inglaterra debido a la
falta de lugar para los inmigrantes en el país.
Desde Inglaterra se mudaron a Holanda hasta 1947, pero la posguerra europea se
hacía difícil de sobrellevar. Escaseaba lugar, alimento y trabajo. Su padre consiguió
trabajo en una oficina de gobierno y posteriormente en una papelera, pero buscaba
desesperadamente volver a la industria del azúcar. Un inglés le facilitó el contacto
con la familia inglesa Licht, quienes tenían en su momento un ingenio gigante al
norte de Argentina, y allí se fueron.
Libro escrito por el padre de Hope en su estadía en Holanda
Llegaron a la Argentina un 22 de febrero de 1952, en el buque “Mar del Plata” y
desde Buenos Aires viajaron en tren hacia Jujuy, donde se instalaron en un lujoso
country privado del ingenio. “Argentina fue tocar el cielo con las manos” recuerda
Hope, mientras relata los recorridos a caballo, su futura estadía como pupila en un
colegio inglés en Buenos Aires, el cine de los domingos y sobre todo la comida.
Nunca más se fue del país, dedicó sus años a la enseñanza de educación física en
escuelas y a hacer de traductora para empresas de turismo.
Hope Manuela Hartley en el 2017
Hoy a sus 80 años Hope, hoy más conocida como abuela Oma, disfruta del tiempo
compartido con sus nietos, quienes siempre comentan en su habilidad de “hacer la
vertical” a pesar de su edad y de las anécdotas de sus años en Europa y
Sudamérica, que de ser escritas todas llenarían libros.
Por: Valentina Sadir Curia

